En la inestabilidad de la forma: Rafael Courtoisie, el lenguaje/el cuerpo surcado poéticamente. Iván Menéndez González.
EN LA INESTABILIDAD DE LA FORMA:
RAFAEL COURTOISIE, EL LENGUAJE/EL CUERPO
SURCADO POÉTICAMENTE
Iván Méndez González
Universidad Iberoamericana Ciudad de México
Es allí que se adivina el
fondo, en esos bordes o
surcos fronterizos
definidos entre la precariedad de
la percepción y el
perímetro abierto del continente.
Rafael
Courtoisie
Imagínese por un momento la escena.
Un hombre está delante de unas hojas, ensimismado, escribe. Un texto de cuyo
contenido, de momento, no sabemos nada, porque miramos la escena desde cierta
distancia. Si focalizamos cada vez más dicha disposición escénica de escritura
y también, claro es, de cierta clase de lectura, iremos, cada vez,
encontrándonos más cerca del texto que sujeta el personaje en las manos. Un
poeta, Rafael Courtoisie, escribe. Un lector, que es este que está a punto de
terminar esta frase que está siendo, se acerca a su obra. Leo un libro de
poemas en prosa, que lleva el nombre incitante de Estado sólido1 por el que recibió el Premio de Poesía Loewe, y cuyo jurado
estuvo presidido por Octavio Paz. Esta obra me interesa por la hibridación
genérica, donde el ensayo, la poesía y la minificción han dejado
intencionadamente las puertas del sentido abiertas, para trasvasar las fronteras
genéricas en una suerte de apertura que está como en acecho constante.
La asunción poética de una forma de
conocer diferente, que se alumbra en el poema, nos lleva por necesidad a la
contemplación del ser a la luz de la lengua en su hábitat poéticamente
constituido: se trataría de una auténtica topografía lírica, ubicada en la
grieta del sentido que aguarda hacerse presente. Ciertamente, la escritura
lírica es siempre un lugar intermedio, un espacio de tránsito entre lo abierto
y lo cerrado, un surco que aspira a saciar la sed de sentido que todo ser lleva
en sí. Si la retórica tradicional consideraba el recurso de la topotesia como
la descripción ficcional de un paisaje, de un lugar instituido en la
espacialidad simbólica de la literatura, considero que podría habilitar el
poema como una topotesia líricamente constituida a través del lenguaje
del individuo en relación con el espacio.
En el poema de Courtoisie que lleva el significativo título de
“Inestable”.2 el hombre es convocado a través de la fragilidad
significativa de las palabras para acaecer en el espacio del poema, se habla de
él, se reflexiona como un espejo empañado, pues comienza asumiendo su
inevitable disolución, debido a que su “agua corporal” es evanescente “como un
terrón de sueño”. Casi estamos tentados a consignar que el ser se confecciona
desde la asunción como ente soluble por mor de la propia dificultad de
estabilizarse desde la lengua poética, que es ante todo una estrategia del
sentido por darse a conocer sin revelarse nunca del todo. El individuo devenido
en el espacio del poema, el cuerpo co-sustanciado a base de un apalabramiento
nunca clausurante, el lenguaje poético que asume un estado frágil de
significación diferida, aparece en el momento del acontecer en el poema:
“Momentáneamente sólido, momentáneamente erguido, un hombre es un grumo”. Y
“grumo” es, según la primera acepción del DRAE, “parte de una sustancia que se
coagula”. Si lo extrapolamos al espacio de sentido del poema, no creo que sería
forzar la lectura si nos aventuramos a considerar que el instante de la
significación ofrece relevancia al individuo, lo alza desde una posibilidad de
sentido, una coagulación del gesto poético, pero lleva en sí el secreto de su
descomposición. Esto es así, desde mi punto de vista, pues estimo que el
lenguaje de la lírica subvierte el sentido ordinario de los lugares de
comunicación cotidianos a partir de una aceptación de lo indecible. El hombre,
y el que me parece su mejor corolario expresivo, el lenguaje de la poesía,
forman ensayos, imágenes sucesivas, temporalidades espaciales, tentaciones
sobre la materia del signo: la lengua de los poetas nunca dice del todo,
persiste en su materialidad tácita. Sin duda alguna, el hombre acontecido en el
espacio del poema está (entre) dicho, pues se trata de un lugar inacabado, un espacio
entre por donde llama la atención el poeta, regocijado en su imposible
acabarse del todo.
Lo interesante de este poema del escritor uruguayo estriba en un recurso
que se ha convertido en un procedimiento escriturario, y que atraviesa de
manera característica su obra. La elaboración de sentido del poema se hace
explícita a través de una curiosa paradoja: busca precisar lo informe, lo
inestable si se prefiere así. La precisión se encuentra en el empleo de las
oraciones copulativas, pues al fin “un hombre es un grumo”, que resignifican
poéticamente la esencia del ser que configuran los versos, pero se tratará de
una esencia parentética, el hombre que habita la poesía de Courtoisie se nos presenta
entre paréntesis. Y este proceder de poner en cuestión las definiciones
esenciales no sólo ocurre con el individuo, pues también los objetos del mundo,
en especial aquellos cuya figuración, su aparecer, se muestra siempre de forma
incisiva, como un cuchillo, que en el poema “Arma de fuego” es presentado de la
siguiente forma: “El cuchillo es la última de las armas blancas, de las armas
terrestres, y la primera de las armas de fuego. Basta ver la hoja, el ánimo
exacto de su llama”.3 Las particularidades semánticas son
puestas en entredicho, para la reconfiguración de una realidad que no concuerda
con lo que afirma la lógica acerca de la realidad circundante, pero que a
medida que se hace efectiva se convierte en el procedimiento definitorio por
antonomasia, el uso de la cópula, instrumento de precisión, cortante como la
extraña semántica de ese cuchillo que es todo un ‘cuchillo’ real, pues es un
signo que ilumina una realidad —la del poema— difícilmente aprehensible con el
lenguaje, pues siempre el sentido se muestra ausente y es ahí donde se muestra:
el sentido es la presencia de la ausencia, pues la solidez del signo, de ese
viejo par tranquilizador de significante y significado se suspende por parte
del autor, para dar espacio de penetración a las posibilidades de sentido que
todo lector incorpora en su proximidad al texto. Por esta razón este cuchillo
que en un principio es sólo signo deja “hablar” a la llama, para que en el
espacio del poema sea —además— arma de fuego. Esto es, se precisa la exacta disolución
de la forma, y el poema se convierte en el lugar del acontecer de esta
desmembración de la materia poética.
Artificio para iluminar de otra manera, para iluminar con lo
oscuro, el cuchillo es solamente un signo. Por eso habla el fuego en el arma
con su lengua más constante, que es una lengua opaca de su brillo, y por eso se
instala ese viento de hierro, silencioso y tenaz, en la boca de la empuñadura,
en la boca del fuego. La llama del cuchillo es la lengua del mudo.4
La poesía asume una posición, el lenguaje tienta en el espacio
acontecido del poema el sustrato de indecibilidad que subyace en la
lírica. La tradición interpretativa alemana considera que la voz poética jamás
enuncia su última palabra, porque, en caso contrario, el hombre perdería la
manera de asentarse en el mundo. Los poetas —según Martin Heidegger— son esos
hombres que asumen el riesgo de ver la posición que ocupa el hombre en el
mundo; esto es, todo lenguaje trascendido en forma poética resulta siempre una
mostración inconclusa del sentido, una vez que se presenta como sucesión
enigmática de explicaciones ante el misterio del ser, el cual habita en el
mundo y desea comunicar esa vivencia a través del lenguaje. Para Heidegger, en
un esclarecedor ensayo sobre la experiencia poética, “¿Y para qué poetas?”,
contenido en Caminos de bosque, el poeta vive en el riesgo de contemplar
y contemplarse en la realidad desde la fantasmagoría inherente al lenguaje
inestable de los vates, que es otra expresividad lingüística, distinta a lo que
se dice en el instante cotidiano de la comunicación:
Esos que son un soplo más arriesgados [los poetas] se
arriesgan al lenguaje. Son esos decidores que dicen más. Porque ese soplo más
al que se arriesgan, no es sólo un decir en general, sino que tal soplo es otro
soplo, otro decir distinto al decir humano. El otro soplo no pretende tal o
cual objeto, sino que se trata de un soplo por nada.5
Más allá del lenguaje cotidiano, sin negar esta expresividad, tan solo
dando un paso más a las posibilidades del significado convencional, la palabra
poética nos reconcilia con la realidad, pues el poeta ha de aceptar que no
puede llegar a aproximarse a lo inefable del sentido, por lo que se acepta en
su esencial incompletitud. Por tanto, es necesario encontrar los
mecanismos que nos permitan abrir las puertas al lugar del silencio. En esa
morada del ser y del lenguaje, que es la instancia del no-decir, todo intento
del hombre por saber algo de sí mismo —a través de una interpretación
ontológica de la imagen— está condenado a no salir de los márgenes de su propia
limitación. El encuentro con esa decodificación es posible, si se asume la
parte callada del proceso significativo en poesía: observar y leer el contenido
tácito de la representación de la palabra poética.
El poeta se presenta como el ente que interpreta el mundo por medio del
lenguaje y trasciende los silencios que acontecen en la búsqueda de
significados posibles, pero sabe que ninguna ontología resultará completa,
aunque esto sea paradójico, si no es capaz de operar con esa porción tácita de
la significación poética. Cuando el ser reconoce su frágil condición de aciago
hermeneuta, arrostra con esa indecibilidad o esa inestabilidad de la
forma del lenguaje inscrito como poesía. El poeta parte de un lenguaje
que asume desde el principio su derrota. El lirismo propio de la falta de
estabilidad del sentido en el gesto lírico de la palabra se comprende desde una
metafísica del fracaso, ya que se acepta la inefabilidad de las experiencias
vitales. En otro lugar del poemario Espacio sólido, Courtoisie habla de
esa particular “Resistencia de materiales” cuando nos hace partícipes de lo
siguiente: “La derrota es una piedra, en cuyo centro está la posibilidad de
vencer. En la dureza de la derrota hay lascas, trozos microscópicos del mineral
de la victoria”.6 Cada individuo instiga la materia del
mundo para configurar su presencia en el universo, así como en el poema, que es
un verdadero cosmos en miniatura que enseña que la realidad, el ser humano y el
mundo deben ser leídos bajo los códigos de un esfuerzo por significar que, a
causa de su carácter provisional, facilita que cada día —o cada poema— sea una
nueva ocasión en la tarea de nombrar.
Más que para sancionar una tradición de la que no puede extraerse, el
poeta actúa como alguien que operaría en su fragilidad ontológica con los
signos lingüísticos para conocer y comprenderse en el mundo y en la sociedad
que lo define y que le ha proporcionado una lengua, con la cual poder
trascenderse desde los espacios del silencio hacia la materia tácita de la
poesía; es decir, se trataría de la aceptación de la fragilidad del sentido
como intersticio entre lo abierto y lo cerrado del lenguaje —o lo claro y lo
misterioso del significado—, donde una posibilidad auténtica, si bien no
devenida, del ser logre hallar la forma apalabrada de su mostración. Aunque no
se pueda disimular el hecho de que la palabra poética pre-sienta la
inestabilidad formal que la circunda. En palabras del filósofo alemán Hans
Blumenberg en su ensayo Las realidades en que vivimos, “la probabilidad
de loimprobable es la fórmula estructural lógica del objeto estético”,7 pues ha de tomarse en consideración que “el poema se realiza
entonces únicamente como el cumplimiento, inesperado, de una expectación, si no
desesperada, sí de curso dubitativo”.8 El
lenguaje poético difiere del empleado en la lengua cotidiana, porque aporta su
propia significación no referencial, y, sin duda, describe una forma de ver el
universo mediado por el arte: no rivaliza con el mundo, dialoga con él.
Si nos acercamos al pensamiento de Jacques Derrida, y pienso
específicamente en la propuesta que hace en La diseminación,9 podemos encontrar un abundamiento en este lugar de la fisura
que es en esencia el lenguaje, en el cual no se puede tener en cuenta desde la
serie de oposición lógica; ni siquiera la inclusión de un tercero, que daría
sentido al concepto de dialéctica. El comienzo estriba en la doblez, o el
desdoblamiento: mímesis de un género particular, pues se extiende en el plano
infinito de la significación. Una espacialidad que reconoce las cuatro
dimensiones, que aportarían una apertura total a la alteridad. Límite,
circularidad, el retorno a sí mismo. Despliegue de interposición y
espaciamiento. El texto poético contemporáneo ha de asumir el espacio
intersticial. Las diferencias genéricas son al mismo tiempo producidas y
suspendidas. Se trataría del espacio de diseminación.
Se genera, de este modo, una red de equivalencias infinitamente
abiertas: un potencial de significación diseminada, que amenaza constantemente
la semántica restrictiva de ciertas poéticas que no se interesan por el aspecto
cognitivo del lenguaje devenido en el poema. Los elementos no se reconocen por
un sentido sólido, ni un lugar determinado y determinante en la estructura. No
hay un trayecto, pues ningún elemento de la cadena semántica y sintáctica
prevalece sobre el otro. Courtoisie no deja de hablar en ningún momento de su
obra Estado sólido contra la posibilidad de la solidez, pues el poema
—así como el individuo— es apertura, ensayo. De ahí que la llamada prosa
poética de este autor uruguayo no deje de asumir que la poesía ha captado las
capacidades líricas del género ensayístico, como apertura radical, como
asunción del imposible cierre categorial. Cualquier signo puede separarse de
aquello sancionado como el objeto al que se refiere, o de la verdad a la que
idealmente pretende remitir, así sea por medio de la metáfora, así sea por la
creación de nuevos horizontes de significados. Estos seres que habitan el
riesgo de lo que está siempre por decir, al ser “sujetos del libro” aceptan la
grumosidad del sentido, el persistir en el espacio liminar que queda entre lo
abierto y lo cerrado, el surco de la lengua poética asume con naturalidad la
fragilidad del sentido. El poeta es “sujet du livre”, pues en él se reúne como
imagen sucesiva la multiplicidad de ser-en-el-poema, que es ante todo un
microuniverso de sentidos. Para decirlo con las palabras de Derrida, referidas
al poeta Edmond Jabès pero que bien podrían extenderse a todo poeta en tanto
adscrito de manera irrenunciable a una tradición poética:10
Le poète est donc bien le sujet du
livre, sa substance et son maître, son serviteur et son thème. Et le livre est
bien le sujet du poète, être parlant et connaissant qui écrit dans le
livre sur le livre. Ce mouvement par lequel le livre, articulé par
la voix du poète, se plie et se relie à soi, devient sujet en soi et pour soi,
ce mouvement n’est pas une réflexion spéculative ou critique, mais d’abord
poésie et histoire. Car le sujet s’y brise et s’y ouvre en se représentant.
L’écriture s’écrit mais aussi dans sa propre représentation.11
Esta multiformidad, la aceptación de lo inestable del sentido en el
poema, de ese habitar el surco del decir poético ha estado muy presente en el
poeta uruguayo desde muy pronto. En una entrevista concedida a Rosario Peyrou
para el suplemento El País Cultural, Courtoisie manifestó algo que
resulta de gran relevancia para calcular el alcance de cierta reflexión sobre
el lenguaje en la obra poética del escritor uruguayo:
En el momento en que uno puede decir
la realidad, la está descubriendo y la está haciendo. [...] Por eso la retórica
de la afectividad me parece ocultadora en vez de ser descubridora o verdaderamente
expresiva. Hay que encontrar dentro del lenguaje una distancia para nombrar las
cosas de otra manera. 12
Nos encontramos ante una escritura de la borradura, en el sentido de que
se borran los límites. En ese punto el poema se convierte para el escritor en
un espacio de co-habitaciónde posibilidades de sentido. Se busca la solidez
desde la eliminación de las fronteras significativas. Como asegura Francisca
Noguerol en su ensayo “Espectrografías: minificción y silencio”, publicado en
la revista Lejana (2011): “se lucha contra la carcoma verbal de muy
diversos modos, buscando la palabra sólida […] Uno de los métodos más efectivos
para lograr el lenguaje verdadero viene dado por la borradura”.13 No se olvide que en el caso de este autor uruguayo nos
encontramos ante una escritura mutante, para decirlo con Hugo Achugar, la cual
se identifica con los hallazgos que ciertos escritores latinoamericanos, que
han desarrollado su trabajo literario a partir de la década de 1980. Así, en su
ensayo “La generación de los mutantes”, publicado en la revista Brecha,
Achugar asegura de esta generación de autores:
Mutantes, rompen con el pasado.
Mutantes, inauguran el futuro. Pero mutantes además en otro sentido: el mutante
es el que cambia, el que se mueve, el que inventa inventándose [...] El cambio,
la mudanza, la mutación y la invención como signo del vértigo de estos tiempos:
eso vive, real y simbólicamente, el poeta de esta generación.14
Estamos ante un replanteamiento de la escritura rizomática en el plano
de la poesía. El rizoma es un concepto propuesto, como se sabe, por Gilles
Deleuze y Félix Guattari en su obra Mil mesetas: “un rizoma no empieza ni acaba, siempre está en el medio,
entre las cosas, inter-ser, intermezzo. El árbol es filiación, pero el rizoma
tiene como tejido la conjunción ‘y…y…y…’. En esta conjunción hay fuerza
suficiente para sacudir y desenraizar el verbo ser”.15 Se trata, así pues, de un sistema de cognición poética, en el
que tanto el lenguaje como las imágenes —o mejor sería decir, los conceptos y
los perceptos— que lo componen coadyuvan al conocimiento de nosotros mismos y
de lo que nos rodea; esto es, dan una forma —siquiera sea provisional y
sucesiva— al sentido del mundo. Esto se lleva a cabo de tal manera que no se
camuflan ni solventan las grietas sin problematizarlas en ningún punto del eje
discursivo, sino que se las reconoce y, desde ese punto de vista, teje
discursos que nos procura un tránsito más fácil entre una y otra meseta (plateau)
de sentido. No se olvide que las mesetas son para
estos filósofos zonas de intensidad continua, la inevitable zona de la
inmanencia en su no poder no mostrarse, de lo cual el lenguaje poético es una
muestra en tanto que traza estrategias cognitivas a través de la metáfora, para
que la imagen líricamente presentada o mostrada en la materialidad del poema
pueda plegarse: la palabra del poeta se nos ofrece predispuesta
al mundo que está por conocer a la manera de un punto de fuga sin perspectiva
única, como una suerte de la imagen-pliegue. Se trataría de una promesa abierta
a toda posibilidad, o si se me permite expresarlo de esta manera, una sed de
sentido; sería algo que acorta las distancias existentes entre el ser y el
mundo.
La revisión de la escritura rizomática en la poesía reciente en español
ha sido apuntada por Agustín Fernández Mallo en su ensayo Postpoesía. Hacia
un nuevo paradigma. Allí nos dice este autor que un poemario actual, un
poema “postpoético” debe proseguir en la exploración de la metafórica de la
meseta; es decir, un paisaje compuesto por mesetas se muestra conectado como la
estructura cerebral, por medio de microfisuras, pues las mesetas, que se
presentan como zonas de intensidad de sentido colaboran en la mostración
poética del lenguaje por el que instaura una interacción necesariamente
abierta, sin jerarquías, entre el hombre y las cosas del mundo que habitan en
la cercanía del poema y que asumen, por tanto, lo inestable de los
procedimientos epistémicos del lenguaje poético, con el que todo ser pretende
(re)conocer(se):
El rizoma, por el contrario, carente
de raíces, flota en el espacio, es un mapa abierto sin principio ni fin, en el
que las jerarquías no existen porque todas las partes, por alejadas que estén,
se hallan inmediatamente conectadas, facilitando así la múltiple significación
de las partes en juego; […] debe entenderse como una interacción de planos,
mesetas, múltiplemente conectados, donde el sujeto y el objeto del texto dejan
de existir como tales para diluirse en un organismo complejo.16
Sin embargo, estimo que se debe destacar aquí la importancia actual de
las mutaciones intelectuales del rizoma en la literatura y los estudios
culturales, como esa formulación de la teoría del radicante de Nicolás
Bourriaud que identifica como sustrato epistémico de una altermodernidad como
esta en la que nos hallamos. A decir de este autor, quien por lo demásemplea
terminología propia de la botánica, vivimos en una cultura radicante, donde la
no formación ab initio de las formas constituye una parte más del
conocimiento, que se entiende en nuestra época como un estar haciéndose: “Ser
radicante: poner en escena, poner en marcha las propias raíces y formatos
heterogéneos, negarles la virtud de definir completamente nuestra identidad,
traducir las ideas, transcodificar las imágenes, transplantar los
comportamientos, intercambiar en vez de imponer”.17 No hay un lugar determinado y determinante en la estructura. No hay un
trayecto, pues ningún elemento de la cadena semántica y sintáctica prevalece
sobre el otro. Se percibe en la escritura de Rafael Courtoisie, el ser porta en
sí la posibilidad de su disolución. Por tanto, se trata de una suerte de
escritura (e)radicada.
La apertura infinita, aguantar la mirada a lo inestable de la forma
poética, es una característica de los poetas de esta época que habitamos y nos
habita. Si recordáramos alguna vez a Gaston Bachelard, en concreto su ensayo La
formación de espíritu científico: contribución a un psicoanálisis del
conocimiento objetivo, tendremos presente que desarrolló la hipótesis de un
nuevo paradigma para la ciencia, el cual se planteaba “el problema del
conocimiento científico en términos de obstáculos”,18 que debían ser superados por la propia capacidad del ser
humano dando lugar al llamado salto epistémico, ya que el conocer estaba
vinculado a la imaginación humana. No lo olvidemos: uno de esos obstáculos que
señalaba Bachelard en esta obra era el obstáculo lingüístico o verbal. Se hacía
alusión con ello al desgaste o anquilosamiento de las metáforas, que lastran
toda intencionalidad cognitiva, pues se aceptan unas “verdades” sancionadas,
unos moldes representativos que se van tornando insuficientes para dar
expresión de sentido al ser. La metáfora viva —como bien anotaba Paul
Ricoeur— se enfrenta al desgaste de la capacidad del hombre para simbolizar,
por este motivo ha de ser pensada en términos de vehículo apropiado de
cognición, pues actualiza la “energía” imaginativa del individuo. A propósito
de la escritura del autor uruguayo, Francisca Noguerol, en su artículo “Rafael
Courtoisie, con los cinco sentidos”, subraya que “partiendo de este principio
[la escritura como forma de conocimiento], la obra de Courtoisie postula una
nueva organización de la realidad, en la que objetos y fenómenos cotidianos se
convierten en correlatos simbólicos del hombre gracias a los vínculos que éste
establece entre ellos” (475), 19 se podría decir
que esto se produce a partir de una relación epistémica con el lenguaje,
cognitiva si se prefiere, que articula estrategias de significación que acepta
dos movimientos tan complementarios como opuestos. Por un lado, se observa con
naturalidad el sentido de la obra literaria como un punto de fuga en el que
convergen las múltiples formas del lenguaje literario de hacerse signo, es decir,
de aparecer con ese par significante-significado en su mostración a la manera
de una forma inacabada. Por otro, la pulsión por conocer inherente a todo
individuo contempla como un abismo, o más bien un surco en el proceso de
significación, esta manera inconclusa o abierta de acontecer el lenguaje en el
espacio —tentativo siempre— del poema. El lenguaje poético se nos muestra como
el instrumento para ir más allá, para llegar a un espacio y un tiempo al otro
lado de lo que somos antes de la experiencia, de la vivencia del poema, pero
también es cierto que ese privilegio de la lengua tiene una tara de origen, se
queda siempre ante las puertas del sentido, o lo que prefiero llamar el surco
de la experiencia poética.
Estudiar el fenómeno literario, donde lenguaje y cuerpo se afectan
mutuamente, viene a destacar que las dicotomías racional-emocional;
literal-metafórico; forma-función o real-ficcional no se muestran operativas.
Al leer un poemario como Estado sólido de Courtoisie porque en él se
consolida una reflexión lírica sobre las formas en las que el cuerpo se ve
afectado en nuestra experiencia estética a través del lenguaje. El cuerpo
poético es una “realidad” más del hábitat lírico cuya reflexión logra dotar de
“vida” en los intersticios del sentido poético que concurren en la experiencia
estética, iniciada por el poeta en la con-posición del libro y delimitada por
un lector que actúa en su concreción lectora de igual manera que se procede con
la contemplación de aquella técnica del grabado. El poeta crea vacíos en la
escritura del poema, asume la materia tácita del sentido, de manera semejante a
como los grabadores creaban el dibujo vaciando la superficie rígida o matriz,
generando huecos como una imagen en negativo y que eran impregnados de tinta
para ser luego aplicado a una superficie de tela, de papel o incluso de algún
tipo de impresión digital. El lector del poemario daría la vuelta a esa imagen
matriz en el proceso de lectura, y esa experiencia no puede ser concebida más
como una operación del intelecto o de alguna predisposiciónemotiva, dudosamente
ubicada en alguna parte “utópica” del cuerpo humano. Leer, comprender,
emocionarse ante la experiencia literaria, ante el lenguaje poético, es una
operación en la que se pone en funcionamiento el cuerpo en su complejidad, pues
nos acercamos a los textos con una expectación de satisfacción cognitiva, que
nunca se cumple pero que nos exige como seres humanos en cuerpo y lenguaje.
Escribo delimitada, que no concluida, con toda intención, pues eso es en
puridad un imposible semántico por las multiplicidades de significación de la
poesía. Sin una experiencia corporal de los esquemas conceptuales no podremos
construir y significar los espacios del poema. Los estudios de las cognitive
poetics apuntan el concepto de embodiment, para definir el estado
por el cual el lenguaje afecta al cuerpo de una manera decisiva. George Lakoff
y Mark Johnson, por ejemplo, defendieron a lo largo de su trabajo ya clásico Philosophy
in the Flesh: The Embodied Mind and Its Challenge to Western Thought20 que el cerebro y el cuerpo interactúan conjuntamente de tal
forma que se configuran en el mundo de forma indisoluble, de lo cual Peter
Stockwell puede llegar a extraer, entre otras, una consecuencia de gran calado
para los estudios actuales de poética. En su ensayo Texture. A cognitive
aesthetics of Reading, Stockwell asegura que la vieja dualidad
mente-cerebro no es sostenible, pues la emoción que origina el fenómeno
literario afecta al hombre en su conjunto y no de manera desmembrada: “We are
products of our evolution, and our human size, shape and configuration, in
relation to the world, provides the framework within our brains understand the
world, and ourselves”.21 El exceso de optimismo de esta
aseveración no me parece que deba obviar lo que esconde en su fundamento: la
poesía es una forma de conocimiento de la que se ha proveído el hombre, y el
lenguaje es su instrumento. Es una clase de conocimiento que permanece siempre
entre paréntesis, pues su esencia es la falta de clausura categorial. No
obstante, ese impulso nos hace humanos y el acercamiento sucesivo, repetido
durante la historia humana, en cuya diferencia epocal nacida de las distintas
actualizaciones de sentido está el secreto de lo literario como herramienta
cognoscitiva; es decir, el fracaso semántico está en la base de elucidación de
los textos literarios, pero ese fracaso guarda en sí una victoria, la de
re-conocernos como seres en estado de relación, según ha destacado Nicolás
Bourriaud en su ensayo Estética relacional,
con otros que comparten el fragmento de conocimiento que nos aportan los
textos:
La posibilidad de un arte relacional —un arte que tomaría como horizonte
teórico la esfera de las interacciones humanas y su contexto social, más que la
afirmación de un espacio simbólico autónomo y privado— da cuenta de un cambio
radical de los objetivos estéticos, culturales y políticos puestos en juego por
el arte moderno.22
Desde mi punto de vista, la escritura poética redunda en este nuevo
modelo de interacción cultural y epistemológica de los textos artísticos que
parten de la perspectiva relacional, pues debe contemplarse lo literario como
un elemento natural, ya que accedemos a las obras con nuestras capacidades
cognitivas, las cuales trazan una interfaz donde el lenguaje y el cuerpo se
afectan para lograr la tentativa sobre la materia del sentido. Es así como se
enriquecen en un condicionamiento que nos ayuda a dar ese salto epistémico, del
que hablara Bachelard, que es necesario para marcar una diferencia con las
épocas que nos precedieron, así como una explicitación de los tiempo-espacio
que con-figuraron épocas remotas. Y esto lo hacen los individuos
interrelacionados en cada momento y en cada lugar desde el paradigma
cognoscitivo que pueden otorgarse a ellos mismos. Una operatividad funcional
del lenguaje que subvierte la mera capacidad operativa al potenciar la
imaginación desde el carácter —por decirlo así— energético. La lengua del poema
asume su fracaso desde un estado inicial, pues acepta que nunca puede llegar a
dar una esfericidad del sentido y que la burbuja significativa del espacio
acontecido de los versos se con-figura —siempre en precario, siempre desde un
aparecer grumoso— en instancias de relación puesto que se trataría de una suerte
de artificio natural de la lengua, que se emplea para reconocerse en el mundo
abreviado de la topología lírica.
El poema sería, así pues, ese plus de artificiosidad de los lenguajes
naturales, porque es otra cosa, dice de otra manera, habla de más: la poesía es
el idioma de lo que excede, va más allá de los lugares específicamente
constituidos por la interacción “recta” del significado y el significante. El
lenguaje poético no es asunto de signos, es siempre una significación
postergada y que excede irremediable la teoría de la relevancia comunicativa de
la lengua cotidiana. A este respecto, me parece pertinente el ensayo de Dan
Sperber y Deirdre Wilson acerca de los aspectos relevantes a todo proceso
comunicativo, como por ejemplo La Relevancia. Comunicación y procesos
cognitivos,23 que aportan consideraciones de
interés en relación con este aspecto de la comunicación. Lo que me interesa
recuperar de esta propuesta es la capacidad de procesar información nueva con
base en las implicaciones contextuales. Es decir, a partir de mi lectura del
ensayo de estos autores, el lenguaje se queda siempre a las puertas de un
conocimiento completo, se considera el proceso de aprehensión cognitiva del
mundo como una aproximación. Sperber y Wilson destacaron en su momento que la
semiótica comunicativa tradicional se desarrollaba en un modelo de códigos,
esto es, la comunicación se generaba en un proceso de codificación y
descodificación de mensajes. Sin embargo, la semiótica actual ha destacado la
idoneidad de pensar modelos inferenciales a partir de un contexto dado y
siempre cambiante. Pues bien, estos autores consideran adecuado pensar en un
modelo haga converger las dos posibilidades,24 pues
ambas se encuentran inscritas en los procesos cognitivos de la comunicación
lingüística. El lenguaje poético podría ayudar a constatar esa extraña
precisión de la incertidumbre. Existe un mensaje codificado de tal manera que
ha llevado a decir (se) la lengua de una manera diferente, y que a su vez es
decodificado de una manera incesante. Al mismo tiempo, se trata de un código
inestable, pues los rasgos inferenciales mutan, cambian, no se aprehenden del
todo, pero comparecen en el poema como tentativa brumosa/grumosa de la
significación, que atraviesa y afecta además el cuerpo que pone en
funcionamiento esta dimensión particular del lenguaje y de los procesos
epistémicos.
En palabras de Stockwell, este embodiment es algo que afecta a
nivel cultural al hombre25 y lo relaciona holísticamente (o a
nivel ecológico, si se prefiere) a través de un lenguaje que se pone a prueba
desde su capacidad de instrumento de la episteme humana. Esta conciencia
corporeizada fue pensada de una manera radical por Maurice Merleau-Ponty en su Fenomenología
de la percepción, cuando daba testimonio de una característica fundamental
del ser humano: “por estar en el mundo estamos condenados al sentido; y
nopodemos hacer nada, no podemos decir nada que no tome un nombre en la
historia”.26 Y esta característica sólo podía
actualizarse desde la conciencia del cuerpo que toma raíz por medio de un
acceso primario a partir del lenguaje. Además, según Merleau-Ponty cuando habla
en el mismo libro sobre “El otro y el mundo humano”, manifiesta que el ser
humano se percibe desde la conciencia corporizada en un espacio determinado,
“arrojado en una naturaleza, y la naturaleza no aparece únicamente fuera de mí,
en los objetos sin historia, es visible en el centro de la subjetividad”.27 El mundo cultural instaurador de un núcleo social siempre por
conocer, siempre inacabado en el que el sujeto perceptor se instaura con su
cuerpo, verdadero “aparato cognoscente”.28 Considero
que percibir el texto literario, también necesariamente inacabable, logra
afectar la corporalidad que puso en pie la red de sentidos del lenguaje poético,
al tiempo que es afectada por dicha malla de significaciones que posibilitan
interacciones estéticas. De igual modo, la corporalidad que se aproxima y es
perceptora —sin duda, algo más que una simple receptora— de esta textualidad
que impresiona desde una determinada predisposición (¿poética?) de lenguaje.
De igual modo, los intersticios de la comprensión del discurso lírico no
lograrán permitir a los entes participantes en dicha experiencia formar parte
de la comprensión lingüística si no se consigue un canal que permita una
circularidad cognitiva satisfactoria, desde un carácter comunicable de la
realidad —poéticamente constituida en este caso— que experimentamos. Desde las cognitive
poetics, se piensa el cuerpo como algo mediatizado en su aprehensión
cognitiva por medio del lenguaje, esto es, nuestra corporeidad es afectada en
el espacio poetizado. Mark Johnson, en su obra El cuerpo en la mente.
Fundamentos corporales del significado, la imaginación y la razón, afirma
que las proyecciones que se dan en el lenguaje y en el cuerpo, los cuales están
mediatizados por la experiencia estética tanto desde la imaginación como desde
la capacidad racional, no se pueden obviar en la compleja red del emisor y
receptor que hay en el mensaje literario y que poseen un “un papel constitutivo
en la estructuración de nuestra experiencia”,29 las cuales parecen afectar a nuestras interacciones corporales:
[N]o podremos entender los diversos significados de “equilibrio” si no
nos centramos en las estructuras gestálticas preconceptuales de nuestra red de
significados […] a través de las diversas esferas de la estructuración real de
nuestra experiencia (y no sólo de nuestra reflexión sobre estructuras ya
existentes).30
Es inevitable pensar en la auténtica “filosofía del cuerpo” firmada por
Jean-Luc Nancy. En efecto, en su obra Corpus nos invita a pensar que la
escritura y el cuerpo no sean pensados de forma separados. Según asegura Nancy:
“Soit à écrire, non pas du corps, mais le corps même. Non la corporéité,
mais le corps. Non pas les signes, les images, les chiffres du corps, mais
encore le corps. Cela fut, et sans doute cela n’est déjà plus, un programme de
la modernité”.31 Para
Nancy urge ser modernos en este sentido no como recuperación de un programa,
sino para comprender que eso que llamamos sentido en el “corpus” literario,
poético, adquiera realmente una dimensión táctil o, como trato de exponer desde
mi lectura, una pre-disposición encorporizada del lenguaje poético que
con-parece en el espacio de significaciones multiformes del poema. Y esto sólo
puede ocurrir el borde, el lenguaje poético concebido desde un lugar tan
liminar como es el surco, el intersticio donde pueden manifestarse —tal vez—
las posibilidades del sentido.
Cela n’arrive peut-être pas
exactement dans l’écriture, si celle-ci a un «dedans». Mais en bordure,
en limite, en pointe, en extrémité d’écriture, il n’arrive que fa. Or
l’écriture a son lieu sur la limite. Il n’arrive donc rien d’autre à
l’écriture, s’il lui arrive quelque chose, que de toucher. Plus
précisément. Toucher le corps (ou plutôt, tel et tel corps singulier) avec
l’incorporel du «sens». Et par conséquent, de rendre l’incorporel touchant, ou de faire du
sens une touche.32
Sin embargo, ello no obsta al pensador para que señale la per-formación
fragmentada de la corporalidad, pues no olvidemos que el cuerpo —obviamente
también el “corpus cultural”— está sometido a las inclemencias de su
temporalidad, el miedo, el dolor y, por supuesto, la muerte, todo lo cual
produce la sensación de apertura inevitable, esto es, de estar siempre bajo la
inminencia de una clausura categorial, que nunca termina de tomar cuerpo. A pesar
de ello, tomamos una forma de conciencia a partir de una interacción del
lenguaje y del cuerpo y de estos con el medio social y cultural que habitamos
y, sobre todo, nos habita. La poesía es por tanto una forma de conocimiento,
pues en el acontecimiento de la palabra, en la conciencia corporeizada por
medio del lenguaje líricamente constituido aproximamos modelos de mundo,
siempre cambiante, siempre al borde del sinsentido, en el surco poético de
aquello que está por comunicar. Así lo apunta el propio Courtoisie cuando
termina el poemario Estado sólido con un texto como “Y el fondo” cargado
de intención —dígase así— corporal. Termina dicho poema con una idea escrita en
cursiva: “Cuando la forma comienza a declinar, aparece el fondo”.33 Funciona a manera de ritornello, así como empieza así
acaba, o vuelve a empezar todo de nuevo… el poema, el poemario, el mundo, el
cuerpo, el lenguaje. El poema sigue espacialmente a otro texto significativo
dentro de la obra, esto lo retomaré más adelante, el cual se llama “La forma”.
Esta ubicación respeta, si se prefiere, cierto orden lógico. ¿Qué se dice en
ese poema-ensayo que habla del “fondo”? Declina la forma y el poemario termina.
Entonces el espacio lírico, que es donde una forma del lenguaje poético ha
tomado cuerpo, con el objeto de facilitar una toma de conciencia del mundo,
comienza también a declinar, para que así el cuerpo del poemario pierda su
forma; luego queda el fondo, aquello que por no tener forma prevalece en la
precisión de la bruma. De este modo, el poeta afirma en este poema final: “La
intemperie como precipitación en el seno de un líquido, como un cuerpo extraño.
Pero el fondo siempre estuvo en la forma, la pulpa en la fruta, el agua en el
vaso, la carne con sus linfas en el cuerpo. El cuerpo dentro del mundo. El
mundo dentro del cuerpo”.34
Precisamente, cuando se pierde toda forma, persiste una “circularidad”,
una “huella”, como señala Courtoisie en este lugar de su obra. Y a partir de
ahí, cuando se adensa la posibilidad infinita de la materia, cuando se rastrea
el surco del poema, entonces se percibe la incertidumbre de un comienzo, no ya
de un origen.
Por otra parte, Courtoisie defiende que la poesía ha ocupado el espacio
de la reflexión, toma cuerpo aprovechando las posibilidades de sentido que el
lenguaje, en la entera historia de su capacidad textual, ha ido desarrollando y
mostrando a lo largo de la multiplicidad interpretativa de los textos. Sin
embargo, también es cierto que el poema es el lugar de una episteme diferida,
pues con la lengua que se hace acto de presencia en el conjunto de versos de un
poemario se puede acceder a espacios que la lógica ordinaria, la racionalidad
tradicional recta y canónicamente arborescente no contemplaría como validables,
pues una diagramación del conocimiento tipificada en el Árbol de Porfirio no es
competente ante la multiformalidad devenida de los entrenudos del sentido. Así
es como se entendería la escritura rizomática y de hibridación que propone en
el conjunto de su obra Rafael Courtoisie, a mi modo de ver y leer, ya que el
lenguaje del poema es un idioma que no acaba, que es en esencia germinativo,
tentación de sentidos múltiples y posibilidades de comprensión que en épocas
pasadas no eran contempladas, o en un futuro quedarán invalidadas. Todo cuerpo,
todo lenguaje todo poema, caduca y se renueva de manera sucesiva.
Por su parte, Paul de Man en sus investigaciones sobre estética,
especialmente en el ensayo “La epistemología de la metáfora” reunido en el
volumen La ideología estética,35 incursionó
en el alcance epistémico que ofrece en su esencia esta plasticidad del lenguaje
poético. Las apreciaciones que realizara Kant acerca del carácter “expositivo”
del lenguaje, especialmente lo referido a la cuestión de la hipotiposis en la Crítica
del juicio, sirven de base a la epistemología de la metáfora según la
entendía Paul de Man. En el tratado sobre el juicio estético del filósofo de
Königsberg se habla de las dos clases de mostración de la facultad del
lenguaje. Por un lado, tendríamos la exposición esquemática, que articula la
lengua en el ámbito teórico. Por el otro, la exposición simbólica, que sería el
correlato sensible de las representaciones conceptuales, esto es, las ideas o
conceptos del aparato racional, que escaparían a toda sensibilización directa.
Estaríamos ante una suerte de Facultas sygnatrix de contenido
eminentemente intuitivo. En el paradigma cognitivo se intentaría aprovechar
estas intuiciones teóricas, tan apreciadas por los estudiosos neokantianos, en
tanto que la realidad sólo es aprehensible desde un acercamiento con un enfoque
donde tenga un papel relevante la intuición, lo sensitivo deberá contemplarse
en los estudios sobre la lírica como un elemento más en la reflexión acerca de
los niveles representacionales dados en la propia materialidad del poema:
podría hablarse, tal vez, de una extrapolación poética de la facultad del
lenguaje.
Es precisamente este esfuerzo el que encuentro en la obra poética de
Rafael Courtoisie. El poeta actuará desde un espacio de la borradura, el del
lenguaje surcado en el poema como forma de traspasar las fronteras de los
viejos sentidos. El lenguaje poético es el último gesto del hombre por saberse
en el mundo, aunque sea un habitar desde la bruma: toda procura de una forma
habitable para el sentido del ser-en-el-mundo muy particular del microespacio
del poema es siempre una tentativa brumosa. Como escribe en otro momento
significativo de este poemario que vengo leyendo aquí, “La forma”, el lenguaje
devenido en el poema acepta la parte tácita del sentido, pues los lugares del
silencio que recorren el poema actualizan su materialidad en lo que falta, en
aquello que no se completa, en la imposibilidad de responder de manera completa
a las preguntas:
En las formas del mundo hay una
contestación insuficiente a una pregunta absoluta: el caracol, con su biología
untuosa, no termina de llenar jamás el espiral que lo endurece.
[…]
La medusa, por su parte, carece de
explicación, al igual que la vida. (43)
Esta obra se caracteriza por una absoluta hibridación textual. Nunca
sabemos dónde empieza la poesía, dónde acaba el ensayo y cuando comienza el
límite de la microficción. Eso no es lo importante. Lo relevante aquí es que se
concibe la literatura como una forma de reconocer la validez epistémica del
fenómeno literario. Por esta razón, ese gesto brumoso que es el lenguaje que
acontece en el espacio literario es ya una forma, frágil pero nunca precaria,
de conocimiento de mundo, del ser en el mundo, de saberse un cuerpo lleno de
huellas y surcos significados por un lenguaje que anhela mostrar su diferencia
en su aparecerse como escritura. En Courtoisie se percibe una búsqueda de la
precisión sin dejar de aceptar la inestabilidad de las fronteras de la episteme
poética. Una obra literaria no es tan sólo una suerte de emanación textual, más
o menos difícil de describir con base en cierto afán científico. El texto
deberá permitir el abordaje de un estudio de conjunto de los procesos
cognitivos que se activan en la elaboración y decodificación de un discurso. Se
reconoce el carácter cognoscitivo y necesariamente provisional de esa
textualidad configurada. Y subrayo la idea de lo provisional, puesto que el
teórico cognitivista Reuven Tsur vino a proponer, en su obra Toward a theory
of cognitive poetics,36
que las estructuras de
la competencia rítmica de los sistemas de producción poética obedecen a
restricciones que afectan al sentido. La poesía se presenta como el molde donde
lo conceptual y lo perceptual se integran para dar de sí una determinada compresión
del texto, cuyo efecto de sentido será la configuración de cada lector
particular. Ello servirá para hacer legible el espacio acontecido del poema,
completando los surcos a través de una inevitable pulsión epistémica. Se genera
unas estrategias epistemológicas del lector, a partir del siempre complejo
proceso de aceptación del surco cognitivo que deja el lenguaje literario. Lo
que se procura es completar, de alguna manera, las huellas que deja el texto.
Ante la obra de este autor uruguayo, el lector se mantiene a la
expectativa de la imagen que está por surgir, desde el fondo del silencio,
desde el limo del verbo, y en lo tocante al lenguaje poético es sin duda alguna
un verbo que siempre busca la forma de hacerse carne. Estamos ante una suerte
de precisión expectante, pues la poesía se piensa como imagen sucesiva del
lenguaje, el poema como versión del hombre. Por eso mismo subyace en la grieta,
en el surco. Es el espacio surcado en el poema, es la persistencia en lo
inacabado, como inacabable es también toda forma de conocimiento si atendemos a
lo que nos enseñara Bachelard como afluente de un nuevo espíritu científico que
no niega la pulsión poética, creadora, del lenguaje y del ser. El de Courtoisie
es un cuerpo-lenguaje que no tiene centro, nace
en los pliegues del lenguaje y allí habita consciente de su frágil, inestable,
condición de entidad sucesiva, entendible por la añadidura de las diferentes
formas de comprenderse. El espacio acontecido de este poeta es un espacio
poético liminar, un surco que atraviesa el sentido y que nos precisa la certera
inestabilidad del cuerpo y de sus formas.
Citas.
1 Rafael Courtoisie. Estado sólido. Madrid:
Visor, 1996.
2 Ibid., p.
21.
3 Ibid., p. 39
Ibid., pp. 39-40.
5 Martin Heidegger. “¿Y para qué poetas?”. Caminos de
bosque. Traducción de Helena Cortés y Arturo Leyte. Madrid: Alianza, 2008,
pp. 201-202.
6 Courtoisie, R., op. cit., p. 28.
7 Hans Blumenberg. Las realidades en que vivimos. Prólogo de
Valeriano Bozal. Barcelona: Paidós, 1999, p. 157.
8 Ibid., p.
158.
9 Jacques Derrida. La diseminación. Madrid:
Fundamentos, 2007 (3ª ed.).
10 Jacques Derrida. “Edmond Jabès et la question du
libre”, en L’écriture et la différence. Paris: Éditions du Seuil, 1967.
11 Ibid., pp.
100-101.
12 Rosario Peyrou. “La violencia está en nosotros”, en El
País Cultural. VII 324 (1996), p. 2.
13 Francisca Noguerol. “Espectrografías: minificción y
silencio”, en Lejana. Budapest, 3 (octubre 2011), p. 6
14 Hugo Achugar. “La generación de los mutantes”, en Brecha
(2 de septiembre de 1994), p. 22.
15 Gilles Deleuze y Félix Guattari. “Introducción:
rizoma”, en Mil mesetas: capitalismo y esquizofrenia. Traducción de José
Vázquez Pérez, con la colaboración de Umbelina Larraceleta. Valencia:
Pre-Textos, 2006 [1976], p. 29.
16 Agustín Fernández Mallo. Postpoesía. Hacia un nuevo
paradigma. Barcelona: Anagrama, 2009, p. 174.
17 Nicolas Bourriaud. Radicante. Traducción de
Michèle Guillemont. Buenos Aires: Adriana Hidalgo Editores, 2009, p. 22.
18 Gaston Bachelard. La formación de espíritu
científico: contribución a un psicoanálisis del conocimiento objetivo.
México: FCE, 1984 [1938], p.15.
19 Francisca Noguerol. “Rafael Courtoisie, con los cinco
sentidos”. Eva Valcárcel López (ed.). La literatura hispanoamericana con los
cinco sentidos. A Coruña: Universidade da Coruña, 2005, p., 475.
20 George Lakoff y Mark Johnson. Philosophy in the Flesh: The Embodied
Mind and Its Challenge to Western Thought. New York: Basic Books, 1999.
21 Peter Stockwell. Texture. A cognitive
aesthetics of Reading. Edinburg: Edinburg University Press, 2009, p.
22 Nicolas Bourriaud. Estética relacional.
Traducción de Cecilia Beceyro y Sergio Delgado. Buenos Aires: Adriana Hidalgo
Editores, 2008, p. 13.
23 Dan Sperber y Deirdre Wilson. La Relevancia.
Comunicación y procesos cognitivos. Madrid: Visor, 1994.
24 Ibid., pp.
22 y 26.
25 Stockwell, P., op. cit., p. 5.
26 Maurice Merleau-Ponty. Fenomenología de la
percepción. Traducción de Jem Cabanes. Barcelona: Planeta, 1993 [1945]. p.
19.
27 Ibid., p. 358.
28 Ibid., p. 363.
29 Mark Johnson. El cuerpo en la mente. Fundamentos corporales del significado, la
imaginación y la razón. Versión
castellana de Horacio González Trejo. Madrid: Debate, 1991, p. 142.
30 Ibid., pp. 142-143.
31 Jean-Luc Nancy. Corpus. Translated by Richard A. Rand. Bilingual
edition. New York: Fordham University Press, 2008, p. 8.
32 Ibid., p. 10.
33 Courtoisie, op. cit., p. 44.
34 Ibid., p.
44.
35 Paul de Man. “La epistemología de la metáfora”, en La
ideología estética. Introducción de Andrzej Warminski; traducción de Manuel
Asensi y Mabel Richart. Madrid: Cátedra, 1998. pp. 53-75.
36 Reuven Tsur. Toward a Theory of Cognitive
Poetics. Brighton: Sussex Academy Press, 2008 (Second, expanded and updated
ed.).
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Méndez González, Iván, "En la inestabilidad de la forma: Rafael Courtoisie, el lenguaje/el cuerpo surcado poéticamente", en La palabra todavía. Antología de textos en prosa de Rafael Courtoisie. Iván Méndez González (compilador, autor del estudio introductorio y notas), Ciudad de México, Universidad Iberoamericana, 2018 , pp. 15-39.
La palabra todavía. Rafael Courtoisie. |
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